Sunday, August 8, 2010

& there you are on your knees, begging for forgiveness, begging for me. Just like i always wanted, but i'm so sorry.

Prendí un cigarro en mi oscuro cuarto iluminado por la tenue luz de mi televisor, pensé en Nicolás, en mí, en Jenna, no la llamaré hoy. Es tarde, mañana lo haré, necesito descansar, pero me sentí con ganas de gritar, de correr, de ser libre. A pesar de que están pasando una película que me gusta, no le estoy prestando atención, no dejo de pensar en lo de esta noche, estoy ida, pero feliz. No tengo sueño, quiero dormir, pero no puedo, Nicolás no deja de aparecer en mis pensamientos.

Desperté con el sonido de el teléfono de mi cuarto, era Jenna. Le tuve que explicar por qué no la llamé, y contarle con detalles la cena de ayer, soltó un grito cuando le dije que ya somos oficialmente enamorados, luego de 2 horas por fin corté, ella tenía que ayudar a su mamá a limpiar la casa, y bueno yo no tenía que hacer nada.
Fui al cuarto de mi mamá, no creo que no esté en casa, es domingo, a veces suele no ir al hotel. No la vi en su cuarto, bajé a la cocina y ahí estaba, tomando desayuno con mi abuela, las saludé muy animosamente.

—¿Qué bicho te picó que estás tan feliz?— Preguntó mi mamá.
Me senté en la mesa para acompañarlas. Les conté lo de ayer, mi abuela se emocionó cuando le describí el lugar, me felicitó.
—Hijita, que bien que estés con este muchacho, pero no te enamores tan rápido, tómalo con calma y todo te irá mejor de lo que piensas.
—Sí, abu... lo sé, pero no sé, no puedo evitarlo... No creo que esté enamorada, pero sí, me gusta bastante.
—¿Y Emmanuel?— Dijo mamá con cierta ironía.
Solté una carcajada.— Nada, no sé nada él, prefiero no saberlo.
—Me vas a decir que no sabe de Nicolás... El chisme corre. Pueblo chico, infierno grande.
Reí de nuevo.— Sí sabe que estoy saliendo con alguien, pero no sabe con quién.
—Obvio, no creo que se conozcan. Sigue sin estudiar ¿no?
—Así parece, en verdad no sé, es un tarado.
—Muchachas, muchachas...—Rió mi abuela.
Le sonreí, me serví jugo de naranja, probé un sorbo y me dirigí a mi cuarto. Ellas siguieron hablando, probablemente de mí.

Me metí a mi cama, cerré los ojos y me quedé dormida. Sentí que tocaron la puerta de mi cuarto, era mi mamá.

—Te busca Emmanuel.
—¡Mierda!... ya bajo...

Mi mamá cerró la puerta, y yo me cambié, eran las 5 de la tarde y yo seguía en pijama. Emmanuel estaba en la puerta, tengo un mal presentimiento.
Salí, él estaba apoyado en la camioneta de mi mamá, algo raro, siempre está en la cochera.

—¿No me vas a saludar?.— Se alejó de la camioneta para darme un beso en la mejilla.
—¿Pasa algo?.—Quería ir directo al grano, su presencia me fastidia.
—No, quería saber cómo estás...
—Eh... Yo estoy bien.
Empezó a hablar incoherencias, me sentía al borde de la locura. Y fue cuando pasó. Emmanuel cogió mi cara con una de sus manos e intentó besarme, me resistí.
—¿Qué te pasa?
—¡No quiero que me beses!
—Danna, yo quiero volver contigo, discúlpame por las cosas que te hice pasar, sé que soy un imbécil...—Trató de besarme una vez más. Me resistí. Esta vez, usó su fuerza, me cogió la cara con sus 2 manos, empecé a girar mi cabeza para todos los lados posibles, traté de separarlo de mí. Me cogió de los brazos de una manera tosca, no se quería dar por vencido.
—Suéltame o grito.—Lo amenacé.— No lo digo en broma, si grito saldrá mi mamá, y enserio no te conviene.
Decidió soltarme.—Seguro que ya estás con otro... Que estúpido soy.
—Sí, eres estúpido, por que puedo ser tu amiga, pero eres tan bruto, que... que ni siquiera piensas en esa posibilidad. ¡Eres egoísta, todo lo quieres para ti!
—¡No puedo olvidarte!, ¡No quiero perderte!
—Pues que pena, es lo que justo acabas de hacer.

Le dí la espalda y entré a mi casa, cerré la puerta con fuerza y subí a mi cuarto, cogí mi almohada y ahogué un grito. Sonó el timbre, quién rayos será, pensé. Me fijé por la ventana, era Nico. No pude evitar sentirme feliz, pero aún sentía rabia. Me quité el polo que tenía puesto, para ponerme uno mejor, me miré al espejo y vi dos manchas moradas en cada uno de mis brazos, mi cuello y cara estaban rojos, ni que decir de mis ojos, estaban marrones. ¿Qué demonios le voy a decir a Nicolás?. La verdad, pensé.

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